Ese es el caldo de cultivo en el que germinan las semillas del odio. Cuando, desde tu adolescencia, creces en un colectivo que justifica la violencia como una forma de lenguaje para expresar tus ideas, escuchando una música, vistiendo una estética, leyendo unos libres, etc, que proclaman ese mismo mensaje una, y otra y otra vez, terminas por creerlo. Más bien lo contrario, petaron el escenario con ese pop electrónico que tanto les caracteriza y que tiene más de show que de música en sí.